lunes, 16 de julio de 2007

Los hombres no lloran... o sí?


Cuando el capitán acabó la historia, sólo se oía el crujir de la madera y de los cabos al vaivén del agua. Sólo Pick, hombre de pocas palabras y tantos años como olas tiene la mar, asentía casi imperceptiblemente mirando de reojo como siempre, con el parche -que tan orgulloso lucía- levantado, y echando el humo de su pipa entre los dientes de medio lado.
- Y así debe ser - afirmó finalmente y a modo de sentencia el capitán con su voz atronadora - porque así me lo contaron.
Esa noche Sam tenía el segundo turno de guardia allá subido, con la única base del mástil, con la única compañía de las velas, enrudecido por la larga travesía que llevaban, casi tres meses de navegación, seis abordajes y sólo cinco noches en puerto, pero él no desfallecía, quería ser uno más de aquellos hombres encurtidos y encallecidos en mil batallas por todo el Caribe y ganarse su respeto y admiración.
Es así que bajó a cubierta en el cambio de turno, ávido hasta el alma, por mil demonios de los que habitan los arrecifes, de un trago de ron, y no obstante con la extraña sensación de haber notado cierto gimoteo en Rack, su sustituto en la vigilancia.
O quizá era la niebla, esa dama blanca que como un fantasma tanto engaña...
Más extrañado se quedó al llegar a cubierta y ver a toda la tripulación junto al capitán bebiendo en silencio o cabizbajos, alguno incluso enjuagándose la cara.
Fue a decir algo pero Little Penny le hizo un gesto para que callara y le indicó el camino de la cocina. Allí Little Penny le asió del hombro y le dijo “ten cuidado con lo que dices, el capitán se ha puesto a contar historias de su niñez, ha contado la de su mascota, otra vez, y ya sabes cómo es esto”.
Acto seguido le alargó el vaso de madera con un cacillo de ron, y Sam tras encogerse de hombros resignado se fue a llorar nostálgico con sus compañeros y ese capitán temible de barba negra...

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